Esa atajada

Por Editorial Sudestada

En el Día del arquero, el recuerdo inolvidable de aquella final

En el último segundo de la final. El tiempo se congeló cuando el francés pateó al arco. Era el cuarto de ellos y la piña para nosotros. La nube oscura sobrevoló. Los vientos parecían cambiar. La injusticia del fútbol volvía a aparecer, pero no. Ahí estaba el Dibu. El arquero, el nuestro, el que aparece en las difíciles, al que le hicieron goles en el Mundial pero no se comió ninguno. El que se exige y se cuestiona para crecer. El Dibu.

Aquel vestido de verde que se estira como un bailarín, que se anticipa a la jugada y sale a achicar, con todo lo que tiene, con todo lo que puede, y nos salva. Como con Australia, con Holanda y los penales, como en la Copa América cuando apareció en el arco y la mayoría no sabía cómo se llamaba, pero hizo historia.

El Dibu, que en el último segundo de la final del mundo, convierte ese achique en la atajada del mundial, en la atajada de su vida, en el grito de todos los barrios, para que después vayamos a penales y volver a atajar uno. El Dibu. El arquero. El que se convierte en el héroe de lxs pibxs que salen a la canchita del barrio y quieren atajar, volar y taparla con mano cambiada, achicar y que los de afuera griten, sin guantes, sin buzo de arquero, pero con el ídolo ahí estampado en la imaginación.

Dicen que cuando un arquero enamora en los años siguientes el arco de ese país está asegurado. Así es. Tendremos cientos de arqueros con el sueño en el bolsillo, que hoy sueñan ser él, que sueñan salvar a la celeste y blanca, y que sueñan bajar del avión, como lo hicieron los muchachos, con la Copa en la mano y la alegría de todo un país.

Gracias Dibu. Gracias Arquero. Y feliz día para todas y todos aquellos que sueñan bajo los tres palos.

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