Día del orgullo: “Se confiesan los crímenes, no la libertad”

Un texto de Juan Solá

Ocurre que nuestra lucha no es arcoíris porque nos han arrebatado los colores sistemáticamente, simbólica y ahora también literalmente. No amigo, no me interesa saber tu experiencia heteroflexible cuando fuiste a Brasil en el 98, ni mucho menos caer en la trampa de convencerme de que tus besos etílicos en la Florianópolis menemista evitarán que me cagues a trompadas cuando pase a tu lado. Mientras te sigas haciendo el distraído cada vez que uno de tus amigos de fútbol diga “mirá ese trolo” y se ría, me voy a pasar los huevos tu repentino interés y tu celebración de un amor que sólo entendés en términos hegemónicos. Como dije alguna vez: no quiero tu dios, ni merezco tus mártires. Tus espejos nada saben de mi reflejo.

Yo sé que las intenciones heterosexuales de participar del Pride son genuinas, que probablemente a muchxs les duela de verdad escuchar sobre un transfemicidio o una violación correctiva, pero pienso en cuánto más puede aprender del mundo quien elige caminar antes que trepar a la cima de la montaña más alta. La vista de dron lo empequeñece todo y la lucha disidente es tan grande que recién ahora, tantos golpes después, empezamos a encontrar la forma de que quepa en la Historia. Y la Historia de la Humanidad no es una historia de amor.

El “derecho a amar” por el cual luchamos, el oxímoron de la lucha por la paz, es parte de una categoría que excede la noción del amor instalada desde el ordenamiento conceptual al que se ven sometidos los grupos humanos desde la hegemonía del discurso político-mediático. El Pride se parece más al abrazo después del garrotazo, y eso no es amor, es consuelo.

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