Felices 37, Maestro

Por Editorial Sudestada

Leo, el rosarino con inquietudes, el pibe de la pelota y la magia, el que se tomó un avión para patear a un arco del otro lado del mundo, a la par que estudiaba matemáticas, pero que ya entendía mucho más de médicos que de tácticas. Leo, el de la gambeta imposible de descifrar, el que corre entre botines, pasto, patadas al aire, y en una milésima de segundo cambió la ecuación, y el fútbol sonríe. El mejor del mundo, el de la selección de las finales que lastimaron tanto, el de las lágrimas y el que negó el facilismo del abandono a pesar de los palos que venían desde todos los frentes, incluso para el termómetro de cómo cantaba el himno.

Leo, el que se negó a darles la razón a los incapaces de la coherencia. El que no dio un paso a un costado, y les respondió a esos como siempre supo, como sabe. Messi, el que se quedó con sus compañeros que fueron cambiando de nombre pero saboreando lo que se estaba gestando. Así llegó él, con la 10 en la espalda, al Maracaná para que la cosa cambie, y el Mundial se pueda jugar distinto. Y así fue, que entre calores y un diciembre que quedará estampado, Messi fue Leo de nuevo, el pibe de Rosario que no se olvida de sus compañeritos de rojo y negro, el de Barcelona que todos querían ver jugar con 14 años, el de la magia explosiva y la timidez cuando el pitido llegaba y un micrófono aparecía. Ese, el que sonreía pero bajaba la vista, el de la ilusión que no se apaga, el soñador de las virtudes y los astros futboleros.

Messi, ése, el que un 18 de diciembre le puso un broche de oro a una carrera imposible de comparar, para hacer historia, quebrarla, marcar lo que muy pocos, y estar ahí, en el podio de lo más grande del fútbol mundial, y con el sueño de un poco más… porque Leo hoy, con 37 años, sigue jugando…

Feliz cumple, maestro. Gracias…

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