Por Editorial Sudestada
Fue el 16 de octubre de 2004. Un año antes Leo había debutado con el Barsa pero en un amistoso. Y un día como hoy, el astro del fútbol mundial daba los primeros pasos, para que ya todo el mundo sepa que ese pibe del que se hablaba, el de las inferiores del Barcelona, el rosarino que “no podía crecer”, aquel que la rompía toda y prometía demasiado, ya estaba en primera. Y pasaron 20 años. Y pasó de todo.
Porque Leo de muy chico aprendió de médicos antes que de tácticas, de pantallas antes de saber hacia dónde viajaba. Porque entró al equipo catalán y enseguida fue rompiendo todos los récords. Y vueltas olímpicas. Y goles extraordinarios. Y jugadas que nadie todavía hoy comprende. Y la selección. Y el fútbol mundial frente a uno de los más grandes de todos los tiempos. Leo. El que jamás se olvidó de sus compañeritos de Newells, el que todavía muestra en la selección ser uno más, sabiéndose capitán. Al que le dijeron de todo, desde pecho frío hasta analizar de qué manera cantaba el himno. El que fue comparado con el más grande, el de Fiorito, pero que supo mostrar que es Messi, no otro. El mismo que se alineó con el tiempo, que creció desde bien abajo para llegar a este momento, a otra final del mundo, a rebelarse contra quienes le pegaban y le pegan, abrazar al compañero que lo necesita, a soltar la palabra justa cuando las papas queman, a pedirla de nuevo, encarar y ser él, con la magia que hace que el estadio estalle y el mundo se quede inmovil.
Leo, ese niño de sueños y gambetas rosarinas. Al que le temblaban las piernas hace 20 años, pero la pelota sonreía. El que después de muchos golpes, siguió al frente, para jugar otro mundial,y levantar la copa, y llorar, y que todos lloremos. Y volver a ser ese niño, que aguardaba detrás de la línea de cal para entrar, y jugar.
Leo. El gigante y el niño, el capitán y el soñador. El que nos emociona. El mejor del mundo y el pibe que soñaba serlo. 20 años después. El 10 argentino. El 10 del mundo. Messi…
