Nuestro Mandela

Por Editorial Sudestada

Un 18 de julio, pero de 1918, nacía Mandela, el rebelde y guerrillero.

Aunque muchos de sus biógrafos y admiradores pretendan ocultar gran parte de su militancia revolucionaria, conviene no olvidar nunca que Mandela fue un líder guerrillero perseguido por uno de los gobiernos más autoritarios y racistas del planeta, que fue la voz clandestina del brazo armado del Congreso Nacional Africano (el “Umkhonto we Sizwe”), y el símbolo de la lucha por los derechos de los negros y contra el apartheid racista. Fue el prisionero de los 27 años en las mazmorras de la Isla de Robben, capturado por un régimen cruel, sanguinario y gran aliado de Estados Unidos (quien, por otra parte, mantuvo la calificación de Mandela como “terrorista” durante varias décadas).

De su derrotero político posterior, una vez recuperada la libertad luego de una de las campañas de solidaridad más importantes que se recuerden, queda mucho por decir y mucho por escribir. Pero hoy, cuando la figura de Mandela es reivindicada por muchos liberales, chantas y “demócratas” que prefieren ajustar y reprimir a sus pueblos antes de leer un poco la historia de Madiba, conviene no olvidar la raíz profundamente rebelde y guerrillera de aquel gigante africano, gran amigo del pueblo cubano, que sigue siendo un faro en la oscuridad de su continente (como otros grandes de África como Thomas Sankara y Amilcar Cabral), que una vez supo decir, con la claridad que lo caracterizaba y ante la pregunta sobre el uso de la violencia en la lucha política:

“…Yo respondía que el Estado era el responsable de la violencia y que es siempre el opresor, y no el oprimido, quien determina la forma de la lucha. Si el opresor utiliza la violencia, el oprimido no tendrá otra opción que responder con violencia. En nuestro caso, no era más que una forma de legítima defensa…”

“El largo camino hacia la libertad”, 2004.

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